jueves, 15 de agosto de 2013

Namárië

Ai! Laurië lantar lassi súrinen
yéni únótimë ve rámar aldaron!
yéni ve lintë yuldar avánier
mi oromardi lissë-miruvóreva
Andúnë pella, Vardo tellumar
nu luini yassen tintilar i eleni
ómaryo airetári-lírinen.
Sí man i yulma nin enquantuva?
An sí Tintallë Varda Oiolossëo
ve fanyar máryat Elentári ortanë
ar ilyë tier undulávë lumbulë
ar sindanóriello caita mornië
i falmalinnar imbë met,
ar hísië untúpa Calaciryo míri oialë.
Sí vanwa ná, Rómello vanwa, Valimar!
Namárië! Nai hiruvalyë Valimar!
Nai elyë hiruva! Namárië!

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¡Ah! ¡Como el oro caen las hojas en el viento,
e innumerables como las alas de los árboles son los años!
los años han pasado como sorbos rápidos
de dulce hidromiel en las altas salas
de más allá del Oeste, bajo las bóvedas azules de Varda
donde las estrellas tiemblan
en la voz de su canción sagrada y real.
¿Quién me llenará ahora de nuevo la copa?
Pues ahora la Iluminadora, Varda, la Reina de las Estrellas,
desde el Monte Siempre Blanco ha elevado sus manos como nubes
y todos los caminos se han ahogado en sombras
y la oscuridad que ha venido de un país gris se extiende
sobre las olas espumosas entre nosotros,
y la niebla cubre para siempre las joyas de Calacirya.
Ahora se ha perdido, ¡perdido para aquellos del Este, Valimar!
¡Adiós! ¡Quizá encuentres a Valimar!
Quizá tú la encuentres! ¡Adiós!